El Nacimiento de una Nueva Ciencia: La Neurociencia Educacional

El interés y la necesidad de entender cómo es y cómo funciona el cerebro humano no se encuentra solo en los laboratorios de neurociencia. Actualmente, los educadores también desean conocer más sobre el cerebro para comprender los diferentes factores vinculados con el aprendizaje, como son la memoria, las emociones, las funciones ejecutivas, entre otros.

Por Clelia Spitzer

Acerca de lo que se viene avanzando en las investigaciones en neurociencia, ya se puede entender que el aprendizaje cambia al ser humano, dado que modifica su cerebro; por lo tanto, se deduce que la educación también lo hace. Pues bien, si la educación cambia el cerebro de millones de niños, niñas y adolescentes, durante más de 13 años consecutivos de estudio, ¿no se hace inminente que educadores, psicólogos y neurocientíficos se reúnan para investigar y entender las bases neurobiológicas que subyacen al aprendizaje, la memoria, el desarrollo, las emociones u otros procesos cognitivos, emocionales, sociales o morales que están inmersos en los programas educativos? ¿Acaso no es de vital importancia migrar de un contexto en donde una ciencia informa a la otra, a un contexto de construcción conjunta de conocimiento, investigación y acción?

Después de más de 20 años, pese a mucho esfuerzo, estamos presenciando el nacimiento de la neurociencia educacional, un campo científico emergente que posee como fin estudiar las bases neurobiológicas de los procesos y funciones vinculados al aprendizaje para finalmente aportar a la mejora de la calidad de la educación -y me atrevo a postular, a la mejora de la calidad del desarrollo humano-.

La construcción de una nueva ciencia no es tarea sencilla, o rápida, pues requiere de mucho esfuerzo y, principalmente, de una rigurosidad que contempla la metodología científica, la cual debe ser llevada a cabo, pese a los obstáculos que surjan en el camino. Además, por lo general, una nueva ciencia nace en función a las necesidades y demandas sociales, con el fin de generar conocimientos valiosos y validados por investigaciones útiles, que puedan transformar finalmente un contexto real y las prácticas inmersas en él. En este sentido, la base de esta nueva ciencia, la neurociencia educacional, no podrá ser diferente; deberá seguir los mismos pasos que siguen, por ejemplo, la industria farmacéutica cuando va a lanzar una nueva medicación, que, desde investigaciones y experimentaciones serias, éticas y rigurosas, cuentan con sólidas evidencias para crear nuevos medicamentos y ponerlos a disposición de la sociedad.

Pero esto no sucedió en los primeros años de encuentro entre la neurociencia y la educación. En un comienzo, fue evidente la euforia de los educadores por escuchar qué tenía por contar la neurociencia sobre el cerebro y el aprendizaje. Entramos en una intensa década en1990, la “década del cerebro”, cuando por primera vez de una forma tan directa, la información sobre el cerebro humano entra con fuerza a los entornos educativos. En esta época, era evidente un camino con una sola vía, donde la educación recibía, de forma casi pasiva, información de la neurociencia. Fueron años interesantes, pero muy “nublados”, carentes de una brújula adecuada que apuntara hacia la dirección correcta. Esto generó una falsa y arriesgada idea: las investigaciones se podían trasladar directamente a la práctica educativa, lo que creó en muchos educadores la expectativa de una rápida “receta” que pudieran utilizar en sus aulas para mejorar los procesos de enseñanza y aprendizaje.

En este primer momento, se ha observado un panorama muy complejo: primero, tanto los educadores como los neurocientíficos se dieron cuenta que había una brecha muy grande, entre la educación y la neurociencia, con relación al conocimiento del cerebro, y que debería ser cerrada para que el diálogo empezara a darse en doble vía. Segundo, que, frente a este nivel de desconocimiento, se abrió un espacio muy peligroso en el que los “intermediarios” entre investigadores y educadores, encontraron una oportunidad comercial y comenzaron a ofrecer a la educación un mundo de oportunidades y “milagros educativos” a partir de programas o propuestas basadas en el cerebro. Tercero, elsistema educativo comienza a ser invadido por distorsiones, especulaciones y generalizaciones erróneas acerca del funcionamiento del cerebro, generando, así, mitos o neuromitos, que se hicieron muy populares entre los educadores y, lamentablemente, muchos de ellos persisten hasta el momento.

Frente a este panorama, muchos investigadores apelaron a la necesidad de incluir en la construcción de esta nueva ciencia, y en este diálogo entre disciplinas, la psicología, ciencia que durante años ya venía investigando los procesos cognitivos, las emociones, el comportamiento y tantos otros temas de vital interés tanto para los educadores como para los neurocientíficos. El soporte de la psicología comienza a ser entonces de vital importancia, ya que se hacen más amigables, y de mejor comprensión, contenidos de gran complejidad para los educadores, y, además, se abre una interesante posibilidad de ampliar la investigación educativa. Asimismo, es de conocimiento general que la psicología no solo ha generado grandes aportes a la educación en los últimos años, sino que también viene siendo plataforma de despegue para varias investigaciones en neurociencia.

Otra etapa notoria se encuentra relacionada con un sobredimensionado énfasis en los “últimos hallazgos” que la neurociencia trae a la educación. Algo que debe ser mencionado es que, aunque los educadores solamente están apropiándose de conocimientos elementales acerca del cerebro humano, muchos de estos conocimientos provienen de investigaciones validadas desde hace mucho tiempo (antes que la neurociencia educacional emergiera). Lo que sucede es que solo ahora los educadores están teniendo acceso a esta información, motivados por diferentes intereses, entre ellos buscar la mejora de su práctica pedagógica. Es por ello que no debemos omitir el hecho que muchos de estos conocimientos que están adquiriendo los educadores hoy son parte de un rico patrimonio construido desde tiempo atrás por la psicología, principalmente la psicología cognitiva, que, a través de importantes investigaciones, vino dando aportes valiosos a la educación.

Asimismo, también es bueno mencionar que no todo lo que se está investigando en los laboratorios de neurociencia, que interesa al sistema educativo, nace de nuevas hipótesis; más bien, parte de investigaciones que empezaron en las diferentes ramas de la psicología, en donde los psicólogos, al observar el comportamiento, pudieron inferir los procesos cognitivos involucrados. Ahora, los neurocientíficos están replicando y ampliando estas investigaciones, usando metodologías, técnicas de investigación y recursos tecnológicos mucho más sofisticados que la observación del comportamiento, como es el caso de la resonancia magnética funcional.

En la actualidad, a partir de los ensayos y errores pasados, está cada vez más claro el camino que se puede tomar para consolidar la neurociencia educacional, empezando por entender que el camino es de doble vía y que para forjar un nuevo campo de estudio, una nueva ciencia, se requiere de un arduo trabajo. En este caso, se hace clara la necesidad de un compromiso conjunto entre la neurociencia, la psicología y la educación, para corregir etapas iniciales inadecuadas y caminar con pasos seguros hacia la consolidación de la neurociencia educacional.

Para ello, existen algunos aspectos de gran importancia a ser considerados como, por ejemplo, promover una aproximación transdisciplinaria, o sea, un nuevo diálogo construido conjuntamente por las disciplinas, que permita finalmente la emergencia de una nueva ciencia. La transdisciplinariedad no es una tarea sencilla, pues según analiza Koizumi(2001), grandes muros intelectuales se han erguido entre las ciencias, lo que dificulta la creación de una nueva epistemología. Y debido a esta epistemología propia de cada ciencia, es fácil entender que las concepciones para las líneas de investigación, metodología y demás criterios de orientación, interpretación y validación, que regulan toda la actividad científica, van a variar de una ciencia a otra. Por esto, se tendrá que empezar a tender puentes interactivos con la debida paciencia y ética, en donde cada ciencia tenga una participación activa, pero, principalmente, que juntas generen investigaciones que lleven a un estado de mejora de la calidad del sistema educativo. El ejercicio de una dinámica transdisciplinaria prudente, que posibilite la creación de referentes éticos que otorguen validez y sostenibilidad a la neurociencia educacional, sin duda alguna debe resultar en conocimiento valioso que servirá de base para la transformación de la educación, pero a partir de suficiente evidencia científica, no de “recetas neuropedagógicas”.

Esta tarea transdisciplinar va a favorecer algo significativo: que la neurociencia educacional tenga identidad propia. Esta evolución hará que este nuevo campo no corra el riesgo de ser posicionado como una ciencia superficial que promociona conocimientos del cerebro a educadores, o que se encarga de difundir investigaciones en entornos educativos, o más riesgoso aún, que usa las aulas solo para validar o recolectar datos para las investigaciones. Tener objetivos y líneas de investigación propias, sobre las cuales trabajan juntos neurocientíficos, psicólogos y educadores; seguir todos los pasos que debe seguir un nuevo campo en proceso de desarrollo; son algunas de las tareas para lograr esta identidad.

Hoy, sabemos que la neurociencia educacional deberá partir de las investigaciones que respondan a las necesidades de mejora del sistema educativo, identificadas por los educadores, estudiantes, padres, gestores, investigadores educativos y por las personas que realizan políticas educativas. Luego, se debe unir investigación y práctica, para recoger las evidencias sobre lo que funciona o no, lo que abriría un rico espacio de investigación en los centros educativos, laboratorios reales para entender los procesos de enseñanza y aprendizaje. A partir de las evidencias encontradas, que tengan sentido y significado para el sistema educativo, un equipo multidisciplinario de investigadores y educadores, los neuroeducadores, tendrían base sólida para diseñar nuevos métodos de enseñanza que integran investigación y práctica. El paso siguiente sería la experimentación ética y cuidadosa en las aulas. Es de suma importancia, por ejemplo, realizar un sinnúmero de estudios experimentales antes de la difusión del conocimiento o del diseño de un nuevo método de enseñanza, que pueda ser utilizado en los salones de clase. Es necesaria la réplica de esos estudios en varios laboratorios, además de una inversión económica significativa para ejecutarlos a gran escala, de modo longitudinal; y controlarlos con la rigurosidad científica que se requiere antes de su aplicación directa en los estudiantes.

Esto es algo muy importante que deben entender los educadores. Como analogía, pensemos en la distribución de una nueva vacuna. Sin duda alguna, antes de que la misma llegue a los millares de pacientes, se tomarán años de estudio, experimentación y pruebas para que su aplicación sea la adecuada y efectiva.

Durante la consolidación de una nueva ciencia, el tiempo también es un factor clave de éxito. En el sistema educativo, lamentablemente, nos encontramos con varios profesionales que no guardan la debida calma y paciencia para poner en práctica nuevos recursos pedagógicos; por ello, en la actualidad, vemos proliferar los programas que prometen maravillas para el aprendizaje, basados en el cerebro, con poco o ningún resultado, pues carecen de todo un marco científico y evidencia que los respalde.

Sin embargo, la invitación que se hace a los educadores en esta etapa inicial de la neurociencia educacional es de gran relevancia: que se preparen y conozcan más de cerca al cerebro humano. Siendo así, la difusión científica en entornos educativos y la formación de los educadores y demás profesionales de la educación son una condición sine qua non si se quieren involucrar tanto en el fomento como en la consolidación de la neurociencia educacional. El desafío de conformar una nueva comunidad de neuroeducadores, con habilidades interdisciplinarias que permitan conectar investigación y práctica en los entornos educativos; y fortalecer el campo de la mente, el cerebro y la educación; exige previamente que el educador adquiera conocimientos adecuados y verdaderos sobre cómo es y cómo funciona el cerebro humano (Campos, 2010).

Del mismo modo, la invitación se extiende a los neurocientíficos, en tanto, a partir de una “alfabetización pedagógica”, puedan entender los entornos educativos para comenzar a estructurar en ellos propuestas de investigación y acción que vayan más allá de sus laboratorios. Si se quiere dar pasos seguros sobre bases sólidas hacia la transformación de la educación y el desarrollo humano, la neurociencia educacional necesita, asimismo, estar intensamente conectada al tipo de atención, educación y prácticas de crianza que aspiramos para nuestros niños, niñas y adolescentes.

Hay algunas advertencias que corresponde hacer: primero, la neurociencia educacional no debe ser entendida como una corriente o un movimiento que está pasando por el sistema educativo; segundo, no es una “píldora mágica” que viene a “salvar” al sistema educativo de las dificultades que enfrenta o determinar el camino hacia la innovación pedagógica; tercero, tampoco podemos esperar que, en un corto tiempo, se desarrollen nuevas metodologías, programas, materiales o una diversidad de recursos, que se construyeron sobre una base neurocientífica para ser utilizados en el aula con los estudiantes.

La neurociencia educacional ya está entre nosotros; el llamado ahora es construir la nueva hoja de ruta que permita su consolidación de forma adecuada. Aunque tome tiempo, es real la posibilidad de que esta impacte al sistema educativo, empezando por la formación inicial y continua del educador, la construcción de una nueva comunidad de investigadores neuroeducativos, que nos llevará, a partir de la evidencia neurocientífica, a la construcción de nuevas propuestas para transformar la práctica pedagógica, que finalmente permitirán la mejora de los procesos de enseñanza, aprendizaje y desarrollo de millones de seres humanos.

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